Capitulo 1

No recuerdo la primera vez que la vi ni que la escuché, yo apenas tenia unos días cuando eso pasó, pero si que he visto fotos en los que ella me sostenía en sus brazos mientras yo dormía.
Puede que mucha gente piense que en una foto no se puede ver los sentimientos de una persona, pero yo cada vez que veo esa foto puedo revivir el momento exacto en el que fue tomada. Podría parecer mentira que una persona pudiera expresar tanto amor, cuando solo me conocía de un par de días, como lo hacia mi abuela en aquella fotografía, pero ahí estaba la prueba. En su mirada y en la sonrisa que me estaba regalando, aunque no la viera, se podía ver claramente. Ella demostraba el orgullo que la llenaba al saber que una persona tan pequeñita como yo lo era en aquel entonces llevaba sus apellidos y que seria esa misma la que seguiría transmitiendo esos apellidos en este mundo.
Esos días están borrosos, por no decir nulos en mi vida, pero si hay cosas que recuerdo con claridad. Recuerdos que al pensar en ellos vuelven representados en una película que se proyecta delante de mi.
Una noche mientras mis padres y mis abuelos estaban en el salón viendo la televisión yo fui a la cocina. Estaba completamente a oscuras salvo por una luz anaranjada que se colaba por las rendijas de la persiana de aquella habitación. No se por que, pero esa luz parecía llamarme e invitarme a que me acercara, y así como lo pensé lo hice. La luz la producía de una de las cosas mas comunes del mundo, no era mas que las farolas de enfrente de mi casa que iluminaban las casas amarillas que tenían a sus lados dando ese color anaranjado a la noche, pero para una niña cuatro, tal vez cinco, era una cosa maravillosa que descubrir. Así que siempre que no me quedaba dormida me levantaba e intentaba levantar la persiana que me impedía ver aquel fenómeno.
Lo malo de ese plan era que tenia ser lo mas silenciosa posible para que mis padres no me descubrieran. Cogí la correa de la persiana y tiré lo mas despacio que pude para que la persiana no chirriase al levantarse, pero lo hizo haciendo que sonara por toda la cocina. Rápidamente dejé de tirar y me quedé en un absoluto silencio para ver si oía algún movimiento en la sala que indicara que me habían descubierto. Nada. Esperé unos cuantos segundos mas hasta retomar mi objetivo y al fin lo conseguí, pude ver de donde venia aquella luz que siempre soñaba con descubrir. Puede que para otro hubiese sido una decepción, ver que no era nada mas que la luz de una farola alumbrando la calle, pero yo sin embargo encontré la soledad de la calle como algo mágico. Podía ver algún que otro coche pasar o personas andando por la acera intentando llegar a la seguridad de su hogar, las luces de las casas de mis vecinos, como unos apagaban todas y se iban a dormir, como otros se iban a la cocina a por un vaso de agua... era como si estuviese siendo la espectadora de la vida de los demás y eso me parecía maravilloso el que solo yo fuera participe de esos momentos en la vida de unas personas que no conocía.
No pude disfrutar de las vistas tanto como a mi me hubiese gustado ya que cuando llevaba ahí unos minutos escuché los pasos de alguien de mi familia que venia hacia donde yo estaba. Como si fuera un criminal cometiendo el peor de los delitos corrí  hasta la mesa de la cocina y me metí debajo de ella e intentando no meter mucho ruido para no ser descubierta moví las sillas poniéndolas delante de mi para que me taparan.
Fue mover la ultima silla y la persona que había andado hasta la cocina aparecer. Me quedé totalmente quieta esperando a que hiciera lo que esa persona había venido ha hacer y se marchase, pero hubo una cosa que me sorprendió, la persona que había entrado no encendió la luz como hubiese sido lo mas lógico hacer, sino que camino por la cocina a oscuras.
El corazón me iba a mil, sentía los latidos palpitando en mis oídos y aunque estaba nerviosa no me moví del sitio. Cuando la persona que había entrado en la cocina pasó por delante de la mesa supe de inmediato quien era. No le había visto la cara, pero había reconocida las zapatillas de andar por casa y esas solo las llevaba mi abuela. Fue hasta la nevera, la dejó unos segundos abierta y luego la cerró.
Me acuerdo que respiré aliviada porque pensaba que se iba a ir, solo que eso no es lo que pasó. De la nada mi abuela se arrodilló y buscando entre la sillas me miró fijamente. Me asusté tanto que me eché hacia atrás haciendo un gran al chocar contra las sillas. Ya estaba viendo la bronca que me iba a echar por estar en la cocina a esas horas y no en mi cama como debería estar, pero otra vez mi abuela me sorprendió.
- ¿Que haces ahí? Vamos Marta, sal. - dijo extendiéndome una mano para ayudarme a salir.
Salí completamente en silencio y mirando al suelo, todavía estaba esperando un millón de gritos por haberme escondido debajo de la mesa, pero estos no llegaron.
- Dime ¿que hacías ahí abajo?
- Tenia miedo y me escondí - dije con la inocencia de una niña de cuatro años.
- ¿Y que hacías aquí a oscuras?
- No podía dormir
- Ven, sientate - mi abuela me cogió en brazos y me sentó en una de las sillas. Cogió otra y la puso justo delante de la mía y se sentó en ella - ¿Quieres oír una historia?
Asentí timidamente y a los pocos segundos mi abuela empezó a cantar. No recuerdo la canción, he intentado recordarla mil veces pero no vienen ni la canción ni la melodía v a mi cabeza. De lo único que logro acordarme es de lo que trataba la canción. La canción contaba la historia del niño Jesús, de su nacimiento. Mi abuela siempre ha sido una persona religiosa por lo que no era muy raro que cantara este tipo de cosas.
No era la primera vez que la escuchaba, la había escuchado muchas veces antes de esta, pero cada vez que la oía todos los pelos de mi cuerpo se erizaban y un escalofrío me recorría todo el cuerpo. No era una sensacion mala, todo lo contrario, siempre que algo me gustaba y me emocionaba aparecía esta sensacion. Era la manera que mi cuerpo de expresar que esto me calaba bien hondo.
Mi abuela no tenia una gran voz, no creo que podría llegar a ser una cantante famosa o dedicarse siquiera esto, pero algo en su voz hacia que te quedaras absorta escuchándola como si tuviera la voz mas maravillosa del mundo. Era capaz de dejarme completamente estática mirándola con la boca abierta mientras me imaginaba la historia que ella me estaba cantando.
Cuando terminó la canción la cocina quedó sumida en un profundo silencio, el cual no me atrevía a romper, se había creado una especie de magia en la habitación que quería que siguiese así aunque solo fuese por unos instantes mas. Ninguna de las dos hablabamos, solo el pequeño sonido de nuestras respiración acompasadas se atrevían a levantar la voz.
- ¿Que haces ahí? - sonó derrepente una voz desde la puerta de la cocina. Pegué un bote por la repentina aparición de mi madre. - Marta a la cama.
Mi madre tenia un tono de voz que imponía lo suficiente como para que no dijese nada y fuera a la cama tan veloz como un rayo aunque no me apeteciese moverme de al lado de mi abuela.
Mi madre encendió la luz para que no me chocara nada en mi intento de salir de allí, sin embargo lo único que consiguió, aparte de cegarme momentaneamente por el repentino cambio de luz, fue romper aun mas el momento que habíamos creado mi abuela y yo. No la miré cuando pasé a su lado, por algún motivo estaba molesta por haber interrumpido el momento.
Ahora a mis 18 todo parece tan lejano que es como si hubiese pasado en otra vida. Puede que penséis que es normal, al fin y al cabo apenas tendría cuatro, cinco años, pero no es por eso. No importa que haya pasado mas de una década, esa no era la razón, sino que en ese periodo de tiempo hubo una cosa que hace que estos años sean dolorosos de recordar.

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